jueves, abril 27, 2006

Temporally closed

Tras nueve meses de entradas ininterrupidas, elamigodeunamigo cierra el chiringuito durante este fin de semana. Que me las piro, me abro, me largo, vamos. Vacaciones (no pagadas) durante tres días. ¿A donde me voy? A otro planeta. Me vale cualquier compañía aérea que viaje fuera del Sistema Solar.

Mi re-entrada en la atmósfera terrestre está programada para el final de la primera semana de Mayo. Estén atentos. Espero no acabar como los pobres del transbordador Columbia.

Disfruten de mi ausencia. Digoooo, disfruten durante mi ausencia.

domingo, abril 23, 2006

Respondiendo al teléfono

Desde pequeños nos enseñan a contestar al teléfono con una frase hecha, prefabricada, educada y sosa. ¿Dígame? ¿Diga? Es como dar los buenos días al entrar al ascensor. Una obligación, una forma de empezar la conversación comúnmente aceptada. Uno responde el diga y el otro le dice, le cuenta, o le exige a voces que le ponga con su padre inmediatamente.

Puede que yo no tenga amigos, o que mis amigos no me llamen a casa. El asunto es que soy el destinatario de pocas llamadas en mi hogar. Todas las llamadas deben de quedarse en el pìso de abajo: imagino que la vecina tendrá una centralita. Es la única explicación para justificar que siempre la escuche hablando por teléfono en la terraza. Con ello me ahorro un montón de problemas, como veremos ahora.

Los inicios de la conversación están prefabricados, como decíamos antes. No obstante, hay que andarse con cuidado en los finales. Básicamente, existen tres finales antes de colgar: el saludo, el abrazo y el beso. Nótese que los he ordenado por grado de efusividad y cariño. Una despedida con el final equivocado puede traer consecuencias catastróficas. Imagina que tras una conversación cariñosa, te despides de tu novia con

- Te tengo que dejar, un saludo

¡Grave error! Has utilizado la fórmula para dar largas a tu jefe, y ella pensará que otra está ahora a tu lado. Nada hubiese pasado con “te tengo que dejar, un beso”. Terrible.

El abrazo es el término intermedio. Una muestra de afecto menos importante que el beso, y más que el saludo. Los abrazos se reparten a los amigos y familiares, porque son gratis y además quedas bien. Acompáñalo con un “me alegro de haber hablado contigo”, y al otro se le quedará un buen sabor de boca, aunque te hayas cagado en su puta madre unos minutos antes. Una vez conocí un tipo que aseguraba categórico: “Nada hay más importante que el final”. Resultó que trabajaba en una funeraria

En último lugar, y el primero en importancia, está el beso. A estas alturas de la vida, no voy a decir a quien tenéis que besar y a quién no. Pero mucho ojo con lo que dais a entender. Uno de los habituales del blog me comentaba que hace poco estuvo a punto de tener un accidente con ello en el curro. Tras hablar diez minutos con una gerente, (en el escalafón de la empresa, un semi-Dios), casi se despide con “Bueno, muchas gracias, un beso”. En el último momento, las neuronas de élite abortaron la barbaridad que el resto iba a cometer. Mandarle un beso a la gerente significa escribir tu nombre en la lista del desempleo. Fijo. O ascender en la empresa, quien sabe...

Y vosotros, ¿mandáis besos a quien no debéis?

domingo, abril 16, 2006

Dormir

Estrujandome el cerebro sobre un tema adecuado para esta columna , he hecho un listado de las cosas más significativas de la semana. Y tras descartar un montón de tonterías, banalidades y sin sentidos, me he quedado con algo que hace tiempo que no hacía: Dormir.

Sí, queridos lectores. Casi de un tirón. Dormir como una marmota, catorce horas. O como un lirón. Esos deben de ser bichos que duermen mucho, no he tenido el placer de conocer a ninguno en persona.
Debe de ser porque están todo el día sobando, o porque frecuentan otros bares distintos a los míos.

¿Cómo se consigue dormir tanto? La receta, aunque sorprendente, no deja de ser sencilla. Úsese como ingredientes unos amigos de vacaciones que dejaron la ciudad, ( y a ti en ella), o excesivamente trabajadores. Una programación de televisión vomitiva, y pocas ganas de leer después de que el protagonista del libro que acabas de finalizar terminase muerto y sin chica. Necesitaremos además una cama, sofá, silla, sillón o cualquier mueble con la extensión suficiente para aguantar el peso de culo y/o espalda. El Gusiluz o el osito de peluche es opcional, aunque lo recomiendo por mejorar la presentación final.

Venga, mañana me levanto a las siete y me pongo a hacer cosas. Aprovecho la mañana y a las doce tengo todo terminado.

Si cada vez que he pensado eso me hubiesen dado una moneda, Bill Gates sería un sucio pordiosero a mi lado. Mi fuerza de voluntad es muy parecida a la del oso perezoso, (nula), y suelo permanecer en el sobre ocho horas, hasta que me toca el biberón de Cola-Cao. Independientemente de la época del año, en mi casa sale el sol a las 11:55 a.m. Raro e inexplicable fenómeno.

Y si en lugar de acostarte a las cuatro de la mañana, lo haces a las nueve de la noche, tienes un montón de horas para soñar que vuelas, o que salvas el Mundo. Para mi es una rutina salvar la civilización, algo que hago casi cada noche en sueños. (Por el día la Policia no creo que me dejase llevar una pistola por ahí). Esta vez el planeta se ha salvado después de catorce horas de lucha constante contra malvados terroristas y Teletubbies alienígenas. Agotador esfuerzo.

Lo único que me mosquea es que después de matar al malo, sigo quedándome sin la chica. En mi propio sueño, que ya es decir.

¿Y vosotros, también dormís catorce horas salvando el Mundo?

domingo, abril 09, 2006

Despertator: la lucha

Rebuscando en mi caja de cosas viejas encontré el otro día un cacharro con el que conviví durante casi siete años, mi antiguo despertador. Una antigualla de los principios de la era digital, con los números grandes verdes, alarma y, anunciado en la caja como novedad tecnológica, una radio. Según la publicidad, el aparato se revelaba como algo tan imprescindible en tu vida como el oxigeno, el agua, o el papel higiénico. Capaz de sintonizar las principales emisoras por medio de una ruedecita, (Manual Tunning), su dial rojo se desplazaba por la banda de frecuencias con suavidad y sencillez. Y destacando por encima de todo, la característica estrella: la opción Sueñecito, snooze.

Un botón grande, redondo, situado en el centro del trasto, que al pulsar apagaba la alarma y te despertaba de nuevo en nueve minutos exactos. Mi vida pasó a regularse en periodos de nueve minutos, en especial la primera hora de la mañana. Nueve minutos desde la primera vez que apago el reloj, otros nueve desde la segunda y nueve más para vestirme, desayunar, lavarme la cara y salir pitando al colegio. Un total de veintisiete minutos, cero segundos.

Con el tiempo todas las cosas tienden a fastidiarse, y mi relación con el despertador comenzó a empeorar. Mi vaguería aumentó y las dos pulsaciones de snooze se convirtieron en tres. Lo que implicaba llegar tarde o adelantar la hora de la primera alarma. El director de sección del cole me hizo saber tras un breve monólogo que la primera opción quedaba descartada, por lo que comencé a despertar antes. Cada vez más pronto: era adicto al botoncito, y/o a seguir durmiendo. Fue entonces cuando se desató la violencia.

Las pulsaciones al botón grande se transformaron en pequeños golpes primero, y en auténticos porrazos después. Las gafas quedaban en la otra parte de la mesilla, así que el pobre trasto no tenía con qué cubrirse el continuo vapuleo al que le sometía cada vez que sonaba. En una de las tortas, uno de los circuitos debió de dañarse y el reloj cambió su suave pitido por un agudo chirrido. Imagina como sonaría un grillo al que están destripando y eleva el volumen a la enésima potencia.
La venganza es un plato que se sirve frío, y el cabrón de mi despertador me lo iba a preparar cada mañana para desayunar. La radio dejó de sintonizar nada coherente: solo murmullos extraterrestres o fútbol. Por las noches nos observábamos de cerca pensando quién ganaría el round del día siguiente.

Nunca sabré con seguridad cuál fue la hora H, pero sí que ocurrió en algún momento de la noche anterior a un importante examen. La luz se apagó en el edificio, en cada enchufe y aparato eléctrico. Cuando abrí los ojos de casualidad, una hora después de que comenzase el examen, el reloj mostraba orgulloso cuatro perfectos ceros parpadeantes, señalando las doce la noche. La luz entraba a raudales por la ventana, las 00:00 seguían en el reloj. No dije nada, me limité a desenchufarlo, mientras un último chirrido de agonía salía de su rencoroso altavoz. La guerra había terminado, pero a qué precio.

Y vosotros, ¿Odiais a vuestro despertador? ¿Alguien tiene uno con forma de gallo?

domingo, abril 02, 2006

casas rurales

¿Necesitas unas vacaciones? ¿Desconectar de la oficina, el trabajo, las clases, tu familia y el resto de la civilización? Tírate desde un séptimo piso de cabeza. O si prefieres algo menos irreversible, las agencias de viajes ofrecen algo llamado turismo rural. Una alternativa sana al azufre y CO2 de las ciudades, o a la masificación de Benidorm.

La idea lleva unos años funcionando. Coges la casa del pueblo de la difunta bisabuela, le haces una reformita con decoración previa a la Guerra Civil. Para que tenga “autentico sabor a pueblo”. Compras camas, una tele y esperas a que una manada de urbanitas lleguen deseando respirar una proporción de oxígeno en el aire que nunca soñaron en sus ciudades. Y oler a caca de vaca: Parece que el aire de un pueblo es más sano si huele a vaca. Las cosas de la nariz, nos la tapamos en los hospitales porque huele a lejía y aspiramos la mierda de las reses silvestres, con evidente gozo.

Desde el punto de vista del cliente, la aventura comienza cuando cierras la puerta del coche. En el interior, otros cinco amigos, seis mochilas, (¿quién es el listo que ha traído dos?), bocadillos, embutidos y latas en cantidad suficiente para acabar con el hambre en África, Ásia y Portugal. Y botellas, muchas botellas. Unas horas de carretera, y llegas al pueblo objetivo. Al segundo intento tomas el desvió correcto. Admitámoslo, el copiloto no sirve de nada porque está tan distraído escuchando música que pasarse el desvío es inevitable.

Una vez dentro, alguien sugiere ordenar las cosas para que la casa esté más habitable. Ni de coña, después de cinco horas metido en un coche. Toca descansar, y en breve, empezar con la cena y/o el cachondeo. Las comidas tienen su gracia, puedes apostar a que los tipos de la cocina se han reído echando algo poco comestible a la sartén. No pienses en ello. O mejor, recuerda que mañana te toca cocinar a ti. Saborea la venganza. En realidad es posible que estés saboreando aquello de lo que hablaba antes de las vacas, la caca. Dulce es la venganza.

Procura no ser el primero que se quiera ir a la cama. Los que quedan en el salón no te van a dejar dormir ni aunque les des el reloj, el pijama y el teléfono de tu novia. Has traído algodones para los oídos, ¿no? Mala suerte, vuelve al sillón y que siga la fiesta.

Alguien dice:


-Mañana nos levantamos pronto y vamos a dar un paseo al bosque

Un pensamiento que no llegas a expresar en voz alta atraviesa la parte del cerebro que no está sumergida el alcohol. Mira, son las seis de la mañana, y los pájaros ya han empezado a cantar. Si nos acostamos ahora, desayunamos a las tres, llegamos al bosque casi cuando oscurezca. Así que no hay paseo. Con todo, cuatro horas después estás arrastrando los pies por un sendero pre-romano, maldiciendo aquella mierda de civilización que no conocía el asfalto. Cualquier camino atraviesa un rió tarde o temprano y con un poco de suerte, llegas a una cascada bonita donde hacer un alto


- Ver una gran cascada es justo lo que deseaba – comenta un colega

Entre risas, por el
doble sentido de la frase, te das un chapuzón si es verano, o vuelves a casa muerto de frío hasta el gorro de nieve (literalmente) si es invierno.

Convivir unos días con los amigos es genial, los problemas desaparecen, o al menos se olvidan y disfrutas de unas vacaciones. El paraiso tiene que estar formado por un montón de casas rurales adosadas, como los chalets. Y en lugar de vacas, nubes. O nubes con forma de vaca. No, no, no. Una idea mejor: vacas con forma de nube.