domingo, abril 09, 2006

Despertator: la lucha

Rebuscando en mi caja de cosas viejas encontré el otro día un cacharro con el que conviví durante casi siete años, mi antiguo despertador. Una antigualla de los principios de la era digital, con los números grandes verdes, alarma y, anunciado en la caja como novedad tecnológica, una radio. Según la publicidad, el aparato se revelaba como algo tan imprescindible en tu vida como el oxigeno, el agua, o el papel higiénico. Capaz de sintonizar las principales emisoras por medio de una ruedecita, (Manual Tunning), su dial rojo se desplazaba por la banda de frecuencias con suavidad y sencillez. Y destacando por encima de todo, la característica estrella: la opción Sueñecito, snooze.

Un botón grande, redondo, situado en el centro del trasto, que al pulsar apagaba la alarma y te despertaba de nuevo en nueve minutos exactos. Mi vida pasó a regularse en periodos de nueve minutos, en especial la primera hora de la mañana. Nueve minutos desde la primera vez que apago el reloj, otros nueve desde la segunda y nueve más para vestirme, desayunar, lavarme la cara y salir pitando al colegio. Un total de veintisiete minutos, cero segundos.

Con el tiempo todas las cosas tienden a fastidiarse, y mi relación con el despertador comenzó a empeorar. Mi vaguería aumentó y las dos pulsaciones de snooze se convirtieron en tres. Lo que implicaba llegar tarde o adelantar la hora de la primera alarma. El director de sección del cole me hizo saber tras un breve monólogo que la primera opción quedaba descartada, por lo que comencé a despertar antes. Cada vez más pronto: era adicto al botoncito, y/o a seguir durmiendo. Fue entonces cuando se desató la violencia.

Las pulsaciones al botón grande se transformaron en pequeños golpes primero, y en auténticos porrazos después. Las gafas quedaban en la otra parte de la mesilla, así que el pobre trasto no tenía con qué cubrirse el continuo vapuleo al que le sometía cada vez que sonaba. En una de las tortas, uno de los circuitos debió de dañarse y el reloj cambió su suave pitido por un agudo chirrido. Imagina como sonaría un grillo al que están destripando y eleva el volumen a la enésima potencia.
La venganza es un plato que se sirve frío, y el cabrón de mi despertador me lo iba a preparar cada mañana para desayunar. La radio dejó de sintonizar nada coherente: solo murmullos extraterrestres o fútbol. Por las noches nos observábamos de cerca pensando quién ganaría el round del día siguiente.

Nunca sabré con seguridad cuál fue la hora H, pero sí que ocurrió en algún momento de la noche anterior a un importante examen. La luz se apagó en el edificio, en cada enchufe y aparato eléctrico. Cuando abrí los ojos de casualidad, una hora después de que comenzase el examen, el reloj mostraba orgulloso cuatro perfectos ceros parpadeantes, señalando las doce la noche. La luz entraba a raudales por la ventana, las 00:00 seguían en el reloj. No dije nada, me limité a desenchufarlo, mientras un último chirrido de agonía salía de su rencoroso altavoz. La guerra había terminado, pero a qué precio.

Y vosotros, ¿Odiais a vuestro despertador? ¿Alguien tiene uno con forma de gallo?