domingo, abril 23, 2006

Respondiendo al teléfono

Desde pequeños nos enseñan a contestar al teléfono con una frase hecha, prefabricada, educada y sosa. ¿Dígame? ¿Diga? Es como dar los buenos días al entrar al ascensor. Una obligación, una forma de empezar la conversación comúnmente aceptada. Uno responde el diga y el otro le dice, le cuenta, o le exige a voces que le ponga con su padre inmediatamente.

Puede que yo no tenga amigos, o que mis amigos no me llamen a casa. El asunto es que soy el destinatario de pocas llamadas en mi hogar. Todas las llamadas deben de quedarse en el pìso de abajo: imagino que la vecina tendrá una centralita. Es la única explicación para justificar que siempre la escuche hablando por teléfono en la terraza. Con ello me ahorro un montón de problemas, como veremos ahora.

Los inicios de la conversación están prefabricados, como decíamos antes. No obstante, hay que andarse con cuidado en los finales. Básicamente, existen tres finales antes de colgar: el saludo, el abrazo y el beso. Nótese que los he ordenado por grado de efusividad y cariño. Una despedida con el final equivocado puede traer consecuencias catastróficas. Imagina que tras una conversación cariñosa, te despides de tu novia con

- Te tengo que dejar, un saludo

¡Grave error! Has utilizado la fórmula para dar largas a tu jefe, y ella pensará que otra está ahora a tu lado. Nada hubiese pasado con “te tengo que dejar, un beso”. Terrible.

El abrazo es el término intermedio. Una muestra de afecto menos importante que el beso, y más que el saludo. Los abrazos se reparten a los amigos y familiares, porque son gratis y además quedas bien. Acompáñalo con un “me alegro de haber hablado contigo”, y al otro se le quedará un buen sabor de boca, aunque te hayas cagado en su puta madre unos minutos antes. Una vez conocí un tipo que aseguraba categórico: “Nada hay más importante que el final”. Resultó que trabajaba en una funeraria

En último lugar, y el primero en importancia, está el beso. A estas alturas de la vida, no voy a decir a quien tenéis que besar y a quién no. Pero mucho ojo con lo que dais a entender. Uno de los habituales del blog me comentaba que hace poco estuvo a punto de tener un accidente con ello en el curro. Tras hablar diez minutos con una gerente, (en el escalafón de la empresa, un semi-Dios), casi se despide con “Bueno, muchas gracias, un beso”. En el último momento, las neuronas de élite abortaron la barbaridad que el resto iba a cometer. Mandarle un beso a la gerente significa escribir tu nombre en la lista del desempleo. Fijo. O ascender en la empresa, quien sabe...

Y vosotros, ¿mandáis besos a quien no debéis?