sábado, agosto 19, 2006

Castillos en la arena

- “Hola ola”.

Con esta estupidez planté la toalla, la sombrilla y el culo sobre la arena hace tres semanas. Lo dije en voz baja, aunque de haberlo gritado a todo volumen y en estéreo casi nadie me habría entendido: las sombrillas de alrededor tenían propietarios rubios y altos, con una piel rosa cerdito que recibía mucha más radiación ultravioleta de la recomendable.

Acababa de llegar a la playa. Estaba armado con un bote de crema solar del calibre 25 y era peligroso. La arena a setenta grados en la planta de los pies solo había acentuado el mal humor que traía del viaje, tenía que relajarme. En ese momento recordé algo sobre técnicas de meditación. Relajar los hombros, cerrar los ojos, respirar pausadamente... nada de eso servía. Así que me dediqué a observar el entorno. Dos rubias, tres morenas, los dos grupos guiris... Una gran pelota entró en mi campo de visión. Se desplazaba rápidamente, dando botes y salpicando agua y arena. Un momento: las pelotas no llevan bañador de flores. Oh, no! Es Gordinflas.

Cualquier científico en África dejaría de observar insectos para atender una estampida de rinocerontes. Del mismo modo, mi atención se concentró en aquella mezcla de niño, grasa y arena a partes iguales. Con la mitad de mis años me triplicaba en peso, una proeza de gran mérito conseguida con mucho esfuerzo y hamburguesas. Gordinflas saltaba, corría y chapoteaba en el agua, desplazando los mismos litros de fluido a cada movimiento que un petrolero de tamaño medio. Contaba el niño además, con una voz de pito inapropiada para su tamaño, sin duda un handicap para sus relaciones sociales y amorosas. Al menos no llevaba gafas.

Algo o alguien gritó a nuestro personaje desde una sombrilla lejana. Como si hubiesen accionado un pequeño resorte, Gordinflas se lanzó a la orilla y comenzó a construir un castillo de arena sin más ayuda que una pala de plástico. Empezaba bien: un cuadrado en el suelo, y una gran base sobre la que levantar los muros. El foso de rigor delante de la puerta. Almenas y ventanas. Un torreón en el centro, con fantasma o princesa dentro. Notable alto en arquitectura, niño lo has hecho muy bien y en solo media hora, sí señor.

Pero su objetivo no era construir un edificio, sino alejarse, tomar carrerilla y saltar en plancha sobre su castillo, aplastando la muralla, el foso, el torreón, el fantasma, la princesa y su puta madre con la panza. Sobresaliente en derribo.

La lección que saqué es que es muy fácil construir castillos bonitos, si son de arena. Si no quieres que una ola, o una barriga los tumbe pronto, entonces dedícale más tiempo a diseñarlo y construirlo. Ponle cimientos y dale tiempo. No lo hagas rápido. Todas las cosas de la vida son castillos. Y vosotros, ¿también los construís rápido y de arena, o preferís el acero templado?