sábado, mayo 20, 2006

Los guardaespaldas


Tipos fuertes, trajeados, con pinta de pocos amigos y mucho mal genio. Sonrisa torcida, pelo rapado al uno y una pistola bajo el sobaco. Así nos imaginamos que son los guardaespaldas, personas encargadas de defender a políticos, ricachones y demás fauna. Yo nunca he llevado escolta, excepto en una ocasión, hace cosa de dos años, y fue por cachondeo. Intentaré recordarlo.

Una noche cualquiera, Speeky, Anthony, Almanar y yo, decidimos hacer el gamba, pero de una manera especial. Aprovechando que los tres son tipos grandotes y que un servidor nunca he ido sobrado de hormona del crecimiento, representamos una actuación por bares pachangueros. Ellos eran los guardaespaldas, y yo, un pijo rico al que debían de proteger. ¿Difícil de conseguir? En absoluto.

El vestuario, cuidado hasta el más mínimo detalle. Chaquetas de traje para ellos, y un polo de marca para mí. Gafas de sol para acentuar la cara de mala leche a las dos de la mañana, y un auricular con un cable en la oreja, para dar el pego. Que el pinganillo de la oreja de Almanar fuera de un teléfono Nokia, era lo de menos. Haciendo un esfuerzo para no descojonarse de la risa, aparentaban estar en tensión, mientras que yo ponía cara de estar hastiado, como si salir rodeado por tres gorilas fuese algo habitual.

Al cabo de diez minutos, todos estábamos en el papel. Tras entrar en un pub, comenzaba a bailar en el centro y ellos se quedaban quietos alrededor mío, formando un círculo al que ningún tipo podía acercarse sin una mirada reprobatoria. Nunca he tenido tanto sitio a mi disposición en el Sánchez, lugar de malotes por excelencia y donde no podíamos dejar de ir un día como aquel. Asustados por los escoltas de un niñato que bailaba en la pista, los malotes se apretujaban para no molestarnos.

Lo mejor estaba por llegar. Mientras daba vueltas a mi vodka con limón, oí que Anthony se presentaba a dos chicas y les decía que estaba trabajando.

- Soy de seguridad chicas. Esta noche hago de escolta y no puedo beber en horas de trabajo. – Muy bien, Anthony. Tres mentiras en solo dos frases. Se van a dar cuenta en cuanto te huelan el whisky que te has tomado.
- ¿en serio? ¡Escolta! ¿Y a quién defiendes? – preguntó la más ingenua.
- Al hijo de mi jefe, que es ese. Además, es el dueño de este bar-

Dos pares de ojos me miraron con la curiosidad de quien ve a un famoso o a un millonario. Les saludé haciendo un gesto con la cabeza. ¿Cómo saludan los millonarios? ¿y los millonarios farsantes? Eso no estaba en el guión y me temía las consecuencias.

- Skeepy, tío, alerta roja. Estas tías se creen que soy el dueño del bar y van a pedirme que les invite a copas. Menudo marrón.
- Tranquilo. Acabo de hablar con el camarero. Es colega mío y le he dicho a que no las haga ni caso. Nos seguirá la corriente, está en el ajo.


Sabiendo que el de la barra estaba de nuestro lado, la trola podía continuar. Almanar y Skeepy continuaban hablando de su vida ficticia como guardaespaldas. La más lista de las dos, no tardó en llegar con una brillante idea.

- Así que este bar es tuyo. Nos podías invitar a unas copas-
- El bar no es solo mío. Es de más gente. Corporativismo. Así distribuimos ganancias y perdidas. Y, lamentándolo mucho, la política es no invitar a nadie
.- ¡Ajá!, la chica puso cara de no entender la palabra corporativismo. Por suerte entendió lo de “no invitar a nadie”. Empezamos una conversación en la que ella me dibujaba como el hijo de algún magnate. La seguí el rollo.

Un par de horas después salimos de allí con dos nuevos teléfonos en la agenda, muchas copas y muchas más carcajadas aguantadas. Skeepy, Anthony y Almanar hicieron el papel de sus vidas. Soberbios.
La ventaja de no ser un golfo, es que cuando, ocasionalmente, un día haces el sinvergüenza, te lo pasas muy bien. Y vosotros, ¿ también os habéis hecho pasar por famosos, guardaespaldas, periodistas...?