domingo, marzo 26, 2006

Lo, la, los, las

Dominar el castellano es tarea ardua y difícil. Años de lectura, estudio y dedicación a aprender nuestro idioma caen por la borda al construir frases dignas de aparecer en un libro: El Gran Libro de las Idioteces, por lo menos. En el diccionario hay más de sesenta mil palabras, según papá Google, y aunque no os lo creáis, las más jodidas son los pronombres personales átonos: Lo, la, los, las. Parecen fáciles, ¿no? El asunto es que estas palabritas tan inofensivas se utilizan en una frase para referirse a algo de lo que estabas hablando. Veamos un ejemplo

¿Que hay un bicho en mi cazadora? No lo veo. Sacúdemela por favor, sacúdemela rápido, que a mi eso me da mucho asco.

Imaginemos ahora que alguien escucha solo a partir del punto. Pensaría que eres un cerdo (sacúdemela), que estas desesperado (rápido), y que encima eres un remilgado porque te da asco. Nada más lejos de la realidad, ¡te estabas refiriendo a un insecto!

Debido a que el pensamiento de la mayoría de los mortales se asienta en una base claramente sexual, ocurren situaciones lamentables como la del bicho en la cazadora. Y otras, por desgracia para mi, no tan ficticias.

Recuerdo aquel día en el que fui a escoger un reloj como regalo de cumpleaños. El Cassio digital ya había cumplido su función durante más años de los que el fabricante hubiera soñado, y ya no tenía edad para llevar a
Mickey en la muñeca. Sobre el mostrador se alineaban una veintena de relojes de caballero con precios de tres cifras. Descartados los anunciados por Fernando Alonso, tenía para elegir uno con más titanio que la Estación Espacial Internacional, y otro de oro chulísimo. Por desgracia, mi muñeca es tan pequeña que tenía que quitarle un montón de eslabones a la cadena del reloj, o ponérmelo en el cuello como collar. Por lo visto, los relojes se diseñan para un público objetivo del tamaño de un diplodocus

La dependienta, una chica amable, sin reloj, y con piercings en la cara, insistía en que volviese a probar el de oro. Yo por mi parte intentaba hacerle ver que no ajustaba ni atándolo con una cuerda.

- Mira, aunque tengas la muñeca estrecha, podemos cerrarlo por aquí...
- No, imposible. La tengo demasiado pequeña


Silencio sepulcral en la joyería. Mi padre miró a otro lado preguntándose porqué le había tocado un hijo tan tonto en el sorteo. La chica se contuvo, pero apuesto a que reía por dentro. En cuanto a mi, pensé que era mejor no hacer aclaraciones respecto de que era la muñeca lo que era pequeña. Y no otra cosa.

¿Habéis sufrido las consecuencias de interpretaciones raras? ¿eliminamos los pronombres para siempre? ¿Qué pensaría la chica de la joyería?