sábado, mayo 06, 2006

Mi club de fans (1ª parte)


¿Quién no ha soñado alguna vez con tener admiradores secretos? Dormitaba yo en el asiento trasero de un coche con dirección a la playa, cuando me sobresaltó una llamada del móvil poco habitual. En la pantalla aparecía un número desconocido, con un prefijo de la costa este española.

- ¿Dígame?
- Hola, eres elamigodeunamigo, ¿verdad?
- Sí, el mismo. Y tu eres...
- No me conoces. Verás, me llamo Marta y tengo una amiga a quien conociste en una discoteca en Elche. Es muy tímida, y tiene ganas de verte. Quería preguntarte si vas a venir por aquí este puente.


En ese momento, me pareció ver rodar sobre la alfombrilla del coche dos pequeñas esferas. Eran mis huevos, que se me habían caído del susto. Aún faltaban doscientos kilómetros para llegar a la playa y el plan ya estaba encarrilado. Sin mover un dedo. La cosa pintaba bien.
Rápidamente pasé mentalmente revista a las chicas con las que había intentado ligar el verano pasado. Diablos, ¿por qué el cerebro no las almacena por orden alfabético? Serías más fácil. ¿Julia, María, Leticia? El caso es que tenía un vago recuerdo de aquella noche, mezcla de indigestión por comida china y música repetitiva en una disco medio vacía. Ninguna imagen, ni nombre disponible. Daba lo mismo. La tal Marta insistió en que la llamara si aparecía por allí.

Como decía, tenía doscientos kilómetros por delante; casi dos horas de viaje para pensar quién podía haber llamado, jugando a ser Sherlock Holmes. Lo primero era poner la llamada en cuarentena. “La llamada es falsa hasta que se demuestre lo contrario”. Principales sospechosos, mis amigos. La teoría no se sostenía, porque el prefijo era de otra zona, (precisamente de donde decía ser la tal Marta, Elche). Podía tratarse de un error... ¿ y entonces a qué venía lo de la discoteca? Si Holmes hubiese razonado así, Watsón le habría abandonado y habría montado una mercería. Visto que mis razonamientos detectivescos no llevaban a ningún lado, decidí realizar una actividad más provechosa: a dormir, y cuando llegue, que sea lo que Dios quiera.

Al llegar, comenté el tema de pasada. No sería el primero que cuenta esas cosas emocionado, y sus colegas se ríen de él por pardillo. Para mi sorpresa, estaban tan alborotados como los ejecutivos de Wall Street un lunes a primera hora. ¡La misma chica les había llamado pidiéndoles mi número!

Mientras mi orgullo y autoestima se elevaba hasta máximos nunca antes conocidos, pensaba en montar un club de fans, con grandes focos iluminando la entrada y un ejercito de paparazzis y lameculos en la puerta. Sin duda, aquella primera llamada era el comienzo hacia un éxito sin precedentes entre el público femenino.
Un par de horas después, el gabinete de crisis, formado por amigos de ambos generos, muchas cervezas y el afectado en cuestión, (yo), debatían sobre como resolver el problema. ¿Quién es la amiga de Marta? ¿Existe Marta? ¿Necesitas inventarte esas cosas para llamar la atención?

Para mi desgracia, la idea del club de fans no iba a durar mucho. Alguien con perversas intenciones se había hecho pasar por Marta, y... (nótense los puntos suspensivos para generar intriga)
CONTINUARÁ