sábado, noviembre 12, 2005

Cagándola en el trabajo

Todos los comienzos son difíciles. Frase bonita, ideal para incluirla en muchas excusas. Esta semana la usaré para resumir la que, hasta la fecha, ha sido la metedura de pata más grande en mi trabajo.

Debería empezar diciendo que tengo una beca en Currilandia, una Consultoría informática cuyo verdadero nombre obviaremos. Básicamente, me dedico a programar. Pues bien, estaba yo delante de mi ordenador intentando sacar algo de trabajo útil, cuando me dice mi jefe:

- “Oye tío, me han mandado un mail algunos quejándose de que todo esto va fatal. ¿Sabes arreglar el servidor?”
yo pensé: “no, desde luego que no sé”, y respondí:
- “Por supuesto, ahora mismo”

Para los profanos en la materia, diremos que un Servidor es un ordenador MUY CARO, que sirve para muchas personas estén conectadas a un sitio, por ejemplo, al messenger.
Como decía, mientras bajaba a la sala de servidores me preguntaba yo quien narices me mandaba meterme en tales berenjenales, y cómo iba yo a resolver el problema, sin tener ni idea.

Al llegar a la puerta, la primera en la frente: no conozco la clave de acceso para entrar en la habitación. Joder, empezamos bien. Suerte que un tipo que pasaba por allí me dijo la clave.

Al entrar, encuentro el ordenador rebelde, me siento y enciendo la pantalla. Pulso una tecla, y entonces todo se va al carajo. La pantalla se vuelve loca, con rayas en todas las direcciones, y suena un pitido agudo, muy agudo, de algo situado a mi derecha. Dios mío, que no sea el que cuesta seis mil euros, por favor, que no me halla cargado el de los seis mil mortadelos.
El pitido seguía martilleando los tímpanos, mientras yo continuaba bloqueado.
Calma, siéntate otra vez, y trata de arreglarlo, me dije.
Nada. Ni el ratón ni el teclado respondían. Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii.

Ese sonido iba a acabar con mis nervios.

Mira el lado positivo. "Nadie sabe que has estado aquí. Nadie puede acusarte. Nadie sabe que la has cagado". Excepto la cámara de vigilancia que te está filmando de frente, todo un inconveniente. Visto que no podía hacer nada, excepto seguir jodiéndola, solo podía hacer una cosa: largarme de allí. “Cierra la puerta rápidamente para que nadie de fuera oiga el pitido, camina despacio; no corras. Que todo parezca normal. Tranquilo.”

Al llegar otra vez a mi puesto, me pregunta un compañero:
- “¿Qué tal ha ido?”
- “regular”

Confiaba en que el problema se solucionase sólo, o que lo arreglase otro, como así fue. El caso es que no estalló ninguna central nuclear, ni se apagaron las centrales eléctricas, y las televisiones siguieron funcionando. El planeta Tierra seguía girando sobre su eje pese a mi cagada. Por el momento.

No me neguéis que no la habéis pifiado en el trabajo. Por lo menos un par de veces. ¡Confesad, pecadores!